La historiadora Antonella Ottai pone el foco en los comediantes judíos en 'La risa nos hará libres. Cómicos en los campos nazis', un libro que nos habla de cómo siguieron produciendo espectáculos y actuando para sus verdugos en el corazón del abismo.https://t.co/y1TPrQFSUu
— david guasch (@daveguasch) April 20, 2021
En aquella suerte de resiliencia judía hecha de comedia y risa, triunfó como no podía ser de otra manera el teatro del absurdo y las situaciones kafkianas. Como aquella función representada en el campo de Theresienstadt en la que se abría el telón y se podía ver a tres tipos sentados alrededor de una mesa mirándose en silencio. El tiempo pasa; en vano, el público espera el primer movimiento, cualquier palabra; los tres continúan mirándose fijamente entre sí, inmóviles. Finalmente, el telón se cierra sobre un cuadro desolador, y en la sala el público se ríe.
Sirva esta escena y el beneplácito subsecuente del público para entender hasta qué punto lo cotidiano había superado lo real para ahondar en la nada, en lo inconcebible. Cuando el absurdo es la propia vida de uno, la representación, como la risa, no necesita de razones para estallar. Una risotada inicial que da paso, como un resorte, a una mueca sombría previa a lo imprevisible. El show no necesita ya de intérpretes, porque no necesita de interpretación. El último teatro posible se había consumado en esa tierra de nadie camino de Auschwitz.
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